Uno de los tantos inmigrantes que había llegado a la Argentina a poner todo su esfuerzo y trabajo, un día dijo basta y la comarca que lo tenía como poblador lo vio partir. Aquel lugar tiene bellos paisajes, pero un clima ingrato para quienes deciden trabajar la tierra. La provincia era Santiago del Estero y el colono, Enrique Giardili quien, tras ver el reiterado fracaso de su trabajo por falta de lluvias, decidió poner a su esposa, María, y sus hijos Yolanda, Oreste, Víctor, Orlando y Luis (Titi), sobre un carro tirado por cuatro caballos, y dejar el pueblito "Fortín Inca" de Santiago del Estero. Allá quedaron años de sacrificio, herramientas, animales y enseres que no cabían en aquel noble pero limitado medio de transporte.
Solo había lugar para la familia, la ropa, los alimentos no perecederos y una pequeña jaula con animales de corral, para consumir durante el largo viaje. La restricción de espacio en el carruaje y el entusiasmo por ver estas tierras, hizo que Don Enrique caminara los 1100 kilómetros que tenía la travesía desde Fortín Inca a Villa Saboya en la localidad de Matheu. En ese lugar se afincó la familia antes de hacerlo en Del Viso. La alegría de estar en estos pagos y haber recorrido esa distancia luego de 25 días pareció no cansarlo. De inmediato, comenzó a trabajar en distintas tareas. Una década después, en el año 1951, nace la fábrica de mosaicos "Enrique Giardili e Hijos", iniciadora de lo que es hoy la empresa que empezó a crecer con el esfuerzo de los cuatro hermanos varones. Allí nació el comercio que recuerda con su nombre aquel pueblito de Santiago que los hizo emigrar, pero no olvidar.
Desde ese entonces y hasta hoy, no son pocas las anécdotas que permanecen en la memoria familiar; algunas tristezas, como el accidente automovilístico que le costara la vida a Oreste (padre de Quique) y el fallecimiento del joven Daniel (hijo de Víctor).
En los años del auge de la construcción en el distrito y con distinta inquietud, se separa de la sociedad el menor de los hermanos, Titi, para dedicarse al aserradero. Quedaron al frente, desde entonces, como caras visibles, infaltables y puntuales día tras día, Víctor y Lalo, con sus hijos: Mario, Rubén, Juanita y Quique, en los distintos puestos de la empresa familiar.
Hoy, “EL FORTÍN” es reconocido tanto por su solidaridad como por su actividad de corralón de materiales, gracias a lo cual, muchos delviseños tienen hoy su techo propio.